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Fotones del pasado

Cuando observamos (y fotografiamos) el cielo de noche, no vemos el presente: vemos el pasado. Cada estrella, galaxia o nebulosa que brilla ante nuestros ojos está enviando luz que ha viajado durante años, siglos o incluso millones de años antes de alcanzarnos. Esa luz está compuesta por fotones, pequeñas partículas de energía que se desplazan a una velocidad constante: unos 300.000 kilómetros por segundo.

Puede parecer rápido, pero en el contexto del Universo, no lo es tanto.

Si una galaxia se encuentra a 50 millones de años luz de distancia, significa que los fotones que llegan hoy a nuestros telescopios comenzaron su viaje cuando en la Tierra los dinosaurios aún caminaban por los continentes. Son, literalmente, fotones del pasado.

Cada noche estrellada es, en cierto sentido, una ventana arqueológica al cosmos. Y cada fotón que impacta en nuestra retina o en los sensores de una cámara fotográfica, es un viajero del tiempo. Es el portador de un mensaje que partió mucho antes de que existiéramos para recibirlo.

Para determinar cuánto antes, usamos un concepto llamado año luz. Se trata de una unidad de longitud (no de tiempo) usada para expresar distancias astronómicas. Equivale a la distancia recorrida por la luz, en el vacío, en un año juliano (365.25 días). Esto arroja que en un año, la luz recorre 9.460.730.472.580.8 km (aproximado a 9,4 billones de km).

Al observar las estrellas, no las vemos en tiempo real. La velocidad de la luz es finita y siempre habrá un retardo, según la distancia que deba recorrer para llegar a nosotros. Por ejemplo, el sistema estelar más cercano es Alfa Centauri, un sistema triple a 4.3 años luz. Es decir, lo vemos como era hace 4.3 años: ese tiempo demoró su luz en llegar a nosotros.

De todos los objetos fotografiados para este proyecto , el más cercano está a ~420 años luz; el más lejano, a ~60 millones de años luz.