Fotografiar el espacio profundo, es decir, objetos mucho más allá del Sistema Solar, requiere contar con cielos tan oscuros y despejados como los del desierto de Atacama.
Si bien algunas galaxias, nebulosas o cúmulos de estrellas pueden verse a simple vista, la mayoría son demasiado débiles y pequeños para verlos con nuestros ojos, necesitando binoculares o un telescopio para poder observarlos.

Observar es una experiencia única que vive en nuestra memoria, pero una fotografía permite capturar y preservar un “trozo” del cielo nocturno, como un registro personal e imperecedero del Universo. Las astrofotografías de esta obra invitan al visitante a conocer registros únicos del autor, de objetos a distancias tan lejanas que podríamos considerarlos… en el infinito.
Tales capturas suelen lograrse con objetivos gran angular o estándar, rondando distancias focales hasta los 50 mm. Sin embargo, este método sólo permite revelar objetos distribuidos en áreas extensas de cielo, sin requerir magnificación extra. Pero una galaxia, nebulosa o cúmulo estelar, al ser objetos débiles y ocupando un campo de visión reducido (“trozo” de cielo menor), ameritan un acercamiento distinto. Salvo algunas excepciones notables, de objetos visibles a simple vista (ej. nebulosa de Orión, cúmulo Pléyades, galaxia Andrómeda, etc.), la mayoría sólo se hará visible al usar otro tipo de asistencia óptica. En el ámbito fotográfico, otro tipo de lente.
En una cámara , esto se traduce en usar un lente capaz de lograr amplificar la zona apuntada, para lo cual se usan teleobjetivos.
La distancia focal de un lente determina el campo de visión visible. Un teleobjetivo de 400 mm podrá ver un “trozo” pequeño de cielo, ya que la proyección de la imagen se concentra en un área reducida del sensor. Es similar a hacer “zoom”, dejando afuera parte del paisaje circundante.

